GONZALO CARÁMBULA HOY DESAPARECIDO DIRECTOR DE REVISTA LA PLAZA PRIMER ÓRGANO DE PRENSA INDEPENDIENTE OPOSITOR A LA DICTADURA ABOGADO, DIPUTADO y DIRECTOR DE CULTURA DE LA IMM

Lunes, 30 de noviembre de 2015

Una entrevista inédita con el editor Gonzalo Carámbula, sobre el No de 1980 y la prensa que resistió a la dictadura uruguaya

El 29 de noviembre de 1979 nació la primera publicación independiente opositora al régimen militar uruguayo: la revista mensual La Plaza de Las Piedras. Dirigida por Felisberto Carámbula, notorio dirigente batllista de su ciudad, acompañado por sus hijos Marcos y Gonzalo, por entonces jóvenes militantes de la izquierda, por un amigo de ambos,  Eduardo Milano y el sacerdote Luis Pérez Aguirre. En sus páginas escribieron, entre tantas plumas resistentes: la notable educadora Reina Reyes, el ex senador colorado Luis Hierro Gambardella, Graciela Mántaras, Luis Vidal, Alejandro Michelena, Mariano Arana, Enrique Iglesias, Alberto Zumarán, Rafael Cribari, Enrique Pintado, Daniel Lucas, Carlos Alberto Muñoz, el guitarrista Eduardo Fernández, los jesuitas Juan Martín Posadas y Juan Luis Segundo. 

Gonzalo Carámbula fue dirigente del Comité Central del Partido Comunista (PCU), preso político, redactor de dos publicaciones clandestinas, Carta Popular y Líber Arce; fundador de dos diarios, Cinco Días y La Hora. Diputado por el Frente Amplio entre 1985 y 1995, director de Cultura de la Intendencia de Montevideo en dos períodos, hasta 2005, y de la Secretaría de Comunicación de Presidencia entre 2010 y 2013, su último cargo público. Abogado de profesión, docente de Ciencias de la Comunicación y Gestión Cultural, fue impulsor de la Facultad de la Cultura del Instituto Universitario CLAEH. Gonzalo Carámbula fue un cronista de su tiempo, un pensador resistente en los oscuros años de represión y censura dictatorial. Falleció el 20 de mayo de 2015.

Entrevista realizada en setiembre de 2014 para el libro Sin preguntas. Crónicas del periodismo (no tan) reciente.

¿Cómo recordás el ambiente periodístico previo a la fundación de la revista La Plaza?

Mi primera evocación es para la prensa clandestina que circulaba en reuniones de trabajadores y estudiantes, en parroquias, instituciones sociales y deportivas, en casas de ciudadanos comprometidos con la libertad. Aquella fue una etapa paradójica del país, muy oscura, pero muy rica en rebeldía y creatividad. También recuerdo a la 30, la radio del inolvidable Germán (Araújo) con quien colaboré tantas veces, y a La Semana, aquel magnífico suplemento del diario El Día que cada sábado construía resistencia cultural de muy buena calidad, con periodistas que desafiaban a la dirección de una empresa que se había pasado al oficialismo pro régimen. La Semana comenzó a salir un poco antes que La Plaza, pero nuestro pequeño mensuario de Las Piedras fue el primer medio escrito independiente creado para aportar una visión crítica de la dictadura, un dato de la realidad, indiscutible. Luego aparecieron Opinar, La Democracia, Opción, con los que nos vinculaba una vocación política y periodística, y más de una clausura temporal; con los compañeros de Opción también compartimos el dolor de un cierre definitivo en el mismo año de 1982. Recuerdo con emoción a mi padre, Felisberto Carámbula, un batllista, batllista, de los de antes, que cuando fundamos la revista comenzaba a despegarse de la Lista 15 de Luis Batlle. También a su amigo Luis Hierro Gambardella, otro batllista histórico, autor del editorial publicado en el N° 1, que era nuestro vínculo con la antigua dirigencia colorada. Recuerdo la sabiduría intemporal de Perico (Pérez Aguirre), las charlas con mi hermano Marcos y con un amigo pedrense de siempre, Eduardo Milano. Estos son los nombres que siempre estarán escritos en la génesis de La Plaza.

Qué interesante debe haber sido aquella gestación planificada con tu padre colorado, Marcos y vos comunistas, el sacerdote jesuita Luis Pérez Aguirre, una diversidad ideológica luego replicada en la mayoría de los semanarios de la resistencia…

La Plaza fue bien variopinta, del primer al último número. El Viejo siempre fue un liberal. En aquel momento estaba encargado de la escribanía familiar, en la que también yo trabajaba. ¡Si habrá anécdotas! (silencio de unos segundos). En la oficina había un mimeógrafo escondido, propiedad de la 15 que a mí me tentaba usarlo. Estuvo años allí guardado, después del golpe de Estado. No podía estar a la vista, digamos que era un instrumento clandestino, muy cuidado, pero no utilizado; la orden era que debía pasar inadvertido, para nosotros, y para los demás. Ni mi hermano Marcos ni yo lo utilizamos, ¡jamás! (se ríe). Antes de las Elecciones Internas (de 1982) fueron a retrirarlo dos jóvenes colorados, Julio Aguiar y Rubén Díaz. Díaz, que después llegaron a la Cámara de Diputados. En la creación de La Plaza fue decisiva la presencia de Perico, a quien admirábamos por su trabajo en La Huella, una institución que siempre será emblema de solidaridad en Las Piedras. Cuando todavía no se nos había ocurrido sacar la revista, lo embromábamos, diciéndole que él tenía el triste honor de ser vigilado por los “hermanos” Castro, Yamandú y Alén, dos duros de Inteligencia. Perico nos respondía en serio, que Yamandú Castro lo leía al pie de la letra, a él y a otros cristianos.

Y con él, convocaron a otro jesuita, Juan Luis Segundo, filósofo, autoridad académica, ética e intelectual, una figura clave de la Teología de la Liberación…

Otro amigo inolvidable, a quien me gusta recordar como el “confesor” laico de muchos de nosotros. Perico era el encargado de llevar sus artículos. Para refrescar los recuerdos de La Plaza estuve leyendo artículos de Juan. Una vez me contó que había conversado con un alto funcionario dictatorial que quería entender los fundamentos de su oposición al regimen. “Tuve que recordarle brevemente la rotunda condena de la iglesia al sistema militar”, fue su comentario. Nunca mencionó quien era aquel “alto funcionario”, pero muchas veces le escuché decir que escribía imaginando la cara de Alén Castro, un pobre hombre con la triste tarea de controlar al mundo de la cultura. El primer artículo de Juan Luis Segundo en La Plaza fue titulado: “Este sistema no trae la paz y no trae la justicia”.

¿Cuándo se les ocurrió la idea de fundar una revista?

En realidad fueron dos ideas pensadas en un mismo fin de semana de julio de 1979, en dos sitios distintos. Con Eduardo (Milano) y nuestras compañeras estábamos pasando unos días en la Paloma, me interesa subrayar su papel, porque el trabajo de Eduardo tuvo menos difusión después. Aquel fue un descanso activo (se ríe) porque la pasamos dándonos manija sobre la necesidad de abrir un peródico. Cuando le comenté la idea a Marcos, me respondió: “No te puedo creer, estuvimos charlando con Perico sobre la posibilidad de sacar una publicación. ¡qué coincidencia!” En aquel momento Eduardo era estudiante de Medicina. No tenía militancia política pero sentía la necesidad de expresarse a su manera: imprimía cuentos de Kafka y de Tolstoi en un mimeógrafo que no sé dónde lo conseguía y los repartía él en mano propia. Gestos del mismo valor hubo muchos en aquella época, en Las Piedras, en Canelones, en todo el país, sin embargo no quedó registrado en el relato “oficial” de la resistencia. La Semana y Opinar entraron sin problemas en el formato de la «hegemonía cultural» —en el sentido gramsciano— de lo liberal, inclusive el diario El Día, una narrativa muy colorada de la historia. La Plaza era marginal y muy plural en todo sentido, estaba hecha por cristianos y ateos, colorados, blancos, frenteamplistas y clandestinos. Aquella fue una trama importantísima, diría que determinante, pero olvidada, que hoy se podría emparentar más con una red social que con un órgano de prensa tradicional. 

«Me molesta el relato Montevideo céntrico de la resistencia. Me parece injusto, escrito por y desde la capital. Hay una breve historia del Uruguay de Benjamín Nahum que menciona a los periódicos opositores de la época: Opinar, Aquí, Opción, pero no a La Plaza. Me ruboriza decir que fuimos los pioneros de la prensa alternativa en tiempos de dictadura, pero los hechos objetivos son como son.»

Por qué La Plaza?

Porque la Plaza de Las Piedras siempre será un punto de encuentro ciudadano. Hasta el logo, con aquella letra irregular, convocaba a resistir, jugaba con la idea de que La Plaza era un sitio de libertad. La fundamos como una revista local, para compartir una reflexión política y social con los vecinos pedrenses, como mucho con la aspiración de llegar a otras poblaciones canarias cercanas. Al principio no nos imaginamos la trascendencia que después alcanzó. Hacer una revista en aquella época era desafiar el temor, la censura, todavía me conmueve la metáfora de la plaza dibujada en tinta y papel. Cuando nos pusimos manos a la obra, con Marcos y Perico estuvimos de acuerdo en que el único que podía figurar era Papá, ninguno de nosotros calificaba como redactor responsable. Así se lo planteamos, y él estuvo de acuerdo, porque era muy respetuoso de nuestras ideas y nosotros de las suyas. Comenzamos a reunirnos los sábados de mañana, con mate y bizcochos, así fuimos armando La Plaza, por supuesto en la casa del Viejo (se ríe). Allí se definía toda la revista, siempre fue así, del primero al último número, siempre por acuerdo de los cinco responsables. Los colaboradores nos enviaban sus artículos, había mucha confianza, después tenía que ver yo con el armado final. En las reuniones había dos católicos, dos comunistas y un colorado. Perico siempre comenzaba los encuentros diciendo: no hagamos anticomunismo, ni anti coloradismo, ni antiblanquismo, ni anti nada, construyamos ciudadanía, defendamos la libertad, la democracia; aquel era el valor fundamental de La Plaza.

¿Cómo iban evaluando el riesgo de hacer periodismo independiente en plena dictadura? ¿Cómo avanzaban en cada número, para no ser clausurados al siguiente o encarcelados?

Los canales de comunicación masiva estaban controlados por la censura más represiva que en el siglo pasado haya sufrido el país. La Plaza se inspiró en aquellos jóvenes pedrenses que se reunían en parroquias, a charlar sobre fe religiosa u otros temas, que imprimían lo que tuvieran a mano; se juntaban nueve o diez y terminaban analizando la política económica de la dictadura. Perico invitaba a los gurises a escribir, a que pusieran en el papel lo que se trataba en los Grupos de Reflexión cristianos. Comenzaron a llegar comentarios firmados, con seudónimo o anónimos, comentarios, con temor algunos y sin temor otros; al principio de Las Piedras, pero pronto, de todo el departamento de Canelones, de todo el país. En la revista escribieron jesuitas, comunistas, colorados, blancos, independientes, muchos decían que estábamos locos, que arriesgábamos mucho, que íbamos a ir en cana, pero también nos alentaban. Fuimos metiendo un pie en la rendija para abrirla, mes a mes, un poquito más. Tampoco éramos tan tontos, no íbamos a exponer a nuestro padre, a Hierro Gambardella o al cura Juan Martín Posadas que era muy amigo de Perico, que comenzó a escribir desde Treinta y Tres. Las colaboraciones iban abriendo un espectro que parecía una cuestión menor, pero no lo era. Me lo pregunté mil veces, y aún trato de comprenderlo. ¡Cómo la dictadura nos dejó salir los primeros dos años, sin clausurarnos! Supongo que al principio habrán pensado: si cerramos una “revistucha” de Las Piedras le estamos dando vida.

—¿Cómo eran los primeros números de La Plaza?

—El formato fue decidido por razones muy elementales, era el mejor para la Imprenta Vanguardia de La Paz; nuestro criterio editorial al principio fue muy comarcal. Los seis primeros números me dan mucha vergüenza, eran muy malos, no dominábamos el arte del diseño, ni la diagramación, un poco más el de la escritura pero éramos perfectos aficionados. Tenían un aspecto artesanal. Los armaba yo, que conocía más de mimeógrafo que de imprenta. En el N° 1 escribimos todos, mi suegra Elisabeth Rendo profesora de Historia, Elena Pareja, esposa de Marcos, bueno… Elena conformó otro grupo con (Jorge) Rossi y (Julio) Fleitas, para realizar un aporte histórico. Mi función era la de una especie de editor, diagramaba, armaba las caratulas. No me considero un periodista, si lo definimos como un profesional independiente de la comunicación, ¡nunca lo fui! Siempre escribí o participé en publicaciones gremiales, políticas, institucionales, me visualizo más como político que como periodista. Recibíamos los originales, que pasábamos a máquina si estaban escritos a mano. ¡Sí, recibimos más de un artículo escrito a mano! En los antiguos linotipos se realizaban las galeras. Al final del proceso, la imprenta nos entregaba las galeras para corregir, tiradas a una columna. La revista se armaba en casa con aquellas tiras, según la diagramación ordenada en un “mono” que indicaba qué iba en cada página. ¡Era otro mundo! 

«En el primer número tiramos mil ejemplares y se agotaron. En el segundo pasamos a 3.000, en el tercero a 5.000 y pronto nos vimos tirando 10.000; pero había un problema ¡mi padre ponía plata!»

«El último, previo al cierre, tuvo una circulación oficial de 25.000 ejemplares, pero el diseñador gráfico Pablo Escobar supo que la imprenta tiró 30.000.»

Al observar la colección surge clara su evolución gráfica. Decías que siempre fue artesanal, pero los números posteriores a diciembre de 1980 están mejor planteados…

Hasta el N° 5 la portada estaba ilustrada por Javier Velázquez, un pintor de Las Piedras. La primera fotografía en tapa apareció en el N° 6, fue de Juan Bouza, un amigo de siempre, hijo del propietario de la panadería La Sibarita de Las Piedras, de quien todos sabemos hasta donde llegó con sus emprendimientos; en aquel momento estudiaba Ingeniería. La fotografía para nosotros fue un cambio, y casi sin darnos cuenta también un desafío, pasamos de una publicación local a una revista metropolitana, que llegaba a Montevideo, que circulaba por las iglesias, por las parroquias, por las instituciones donde germinaban los sindicatos, por los ámbitos de militancia. Vista hoy aquella tapa es muy ingenua: jóvenes caminando con un pasacasete. También mejoramos el color, los primeros números eran muy apagados. ¡Hay un sinfín de anécdotas! La tapa del N° 9, que sacamos pocos meses antes del plebiscito, fue una foto de la fachada del Palacio Legislativo. Juan creó un cielo negro, y en las ventanas un blanco absoluto, un Palacio luminoso con un cielo negro. Poco antes de la impresión me llamaron de la imprenta para avisar que había un problema. Cuando fui supe qué le preocupaba al capataz, un hombre de apellido Pereira: —“Vamos a ir en cana por una foto.” Salió, todo el mundo captó el mensaje, y no nos censuraron.

La portada más memorable fue, sin dudas, la previa al plebiscito, la de las dos ventanas…

Fue realizada con fotos del frente de nuestra casa familiar de Batlle y Ordoñez 527, con la idea de una tapa afiche, con un significado fuerte, sin palabras. Juan trabajó el concepto de una ventana clara y otra oscura, una abierta y otra cerrada. Había que ser muy cuidadosos. Jugamos con una metáfora que vista hoy parece simple, pero que en aquel momento fue muy audaz, tuvo sus riesgos, todos los pedrenses se dieron cuenta que era nuestra casa. Tiramos 10.000 ejemplares que agotaron, también salieron algunos números especiales sobre el plebiscito. Hubo un antes y un después de nuestra proclamación a favor del No; recordemos que el Sí se presentaba como una propuesta hegemónica. La oposición no aparecía públicamente, pero estaba muy viva, había militancia clandestina o semi, subterránea. La aparente uniformidad prodictatorial comenzó a resquebrajarse con más fuerza luego de la polémica televisiva de los “rinocerontes”. Pronto pasamos a tirar 20.000 ejemplares, adquirimos un cierto músculo editorial y pensamos en una perioricidad mayor a la mensual. Pensamos en un proyecto que llamamos La Hoja, que nunca salió. 

La Plaza salía una vez al mes, sin un día fijo, podíamos tardar 35 días o adelantarnos a 28. 

«Era una revista de análisis más que informativa. Muchos ciudadanos aguardaban nuestro comentario, estaban atentos a cómo evaluábamos los hechos políticos de aquel tiempo.»

«Sacamos 24 números más alguno especial por el Plebiscito de 1980, los últimos, por exigencias de diseño, se realizaron en una imprenta montevideana de la calle Martín C. Martínez.»

La revista siguió creciendo en 1981 y 1982, sin retroceder jamás, hasta su clausura definitiva; nació pueblerina, adquirió una escala nacional, en algún momento hasta internacional.

Fue aquello de pinta tu aldea y pintaras el mundo, un estado de sentimiento, una expresión de necesidades, con un espíritu unitario de múltiples vertientes que colaboraban. Un colorado se encontraba con artículos de correligionarios, un blanco lo mismo, publicamos textos de Luis Alberto Heber, los cristianos buscaban los artículos de Perico, las reflexiones teológicas de Juan Luis Segundo, ¡muy sólidas!. Había reportajes sobre canto popular, teatro, cine, literatura, los primeros que se publicaron en la prensa alternativa. Fue una referencia… en realidad, La Plaza se retroalimentaba con un estado de unión que a su vez se amplificaba, y que se desbordó, lo desbordó la realidad, lo desbordó la necesidad de la gente. Teníamos notas de Mariano Arana, de (Washington) Bocha Benavides, de la educadora Reina Reyes, del contador Enrique Iglesias ¡así fuimos creciendo! Hubo periodistas que hicieron aportes, se integró Efraín Churi Iribarne, que trabajaba en La 30, un buen tipo, pero había que perseguirlo. Churi estaba en los informativos y tenía toda las noticias frescas, le gustaba participar. Nunca tuvimos un diseñador gráfico, ni un editor profesional, nunca, tampoco tuvimos pretensiones de tenerlo. La Plaza se retroalimentaba con German (Araújo), con el equipo de CX 30 La Radio. A los asados de mi padre iban Cacho (Oscar) López Balestra, (Alberto) Zumarán, amigos de todos los sectores. Eran gestos de hombro con hombro, un sentir compartido de que no estábamos solos en el mundo, nos dábamos ánimo para seguir ganando espacio sin temores a la censura.

La clausura definitiva de La Plaza fue como la de otras publicaciones alternativas de su época, sin otra lógica que la del totalitarismo…

Fue un cierre en dos etapas, primero nos suspendieron por ocho ediciones, para un mensuario un golpe brutal, por la publicación de una homilia de Perico en la Catedral de Montevideo sobre monseñor Oscar Arnulfo Romero, aquel notable obispo salvadoreño asesinado. La notificación del cierre definitivo nos llegó cuando teníamos pronta la tapa del N° 25, una paloma blanca sobre fondo negro, con un título que decía: “Soltar las ideas.” Era un mensaje sobre la necesidad de liberar a los presos políticos, ¡que nunca salió! Nos cerraron sin haber salido después de la primera censura, ¡no existe otro antecedente parecido! Hasta hoy corren versiones sobre la lógica del censor, con Marcos estamos de acuerdo en una: la dictadura nos castigó por la valiente homilía de Perico, es verdad, pero visto en perspectiva, luego de charlarlo tantas veces, nos parece que en el cierre pesó más la intención de cortar de raíz una Asamblea Nacional de la Cultura a la que habíamos convocado. La “revistucha” de Las Piedras tiraba 30.000 ejemplares más miles de fotocopias que circulaban dentro y fuera del país. Todavía me emociono cada vez que nos recuerdan como inspiradores de reflexión política, económica, social, para tantos jóvenes de nuestro tiempo que se organizaban en grupos que exigían democracia y libertad. Su cierre fue doloroso, pero no una derrota. Suelo utilizar una metáfora para explicar el triunfo de la resistencia popular contra la dictadura: fue una marea más que un tsunami. Lo afirmo hoy en plena sociedad del espectáculo, de las grandes operaciones de marketing, y muchos jóvenes me miran con cara de ¿qué estás diciendo? El gran marketing da la sensación de una gran ola que destruye todo, pero cambia poco o nada. Me parece más eficaz la marea que sube de forma imperceptible, cuando querés ver, estás con el agua hasta el ombligo. Esta es la sensación que me queda de aquel periodo de resistencia. Fue más una marea que un oleaje, por eso mismo resultó incontrolable para el régimen. La Plaza fue una gota de aquella marea de hombres y mujeres libres.

«Luego que nos clausuraron, me encontré con Pedro Cribari en CX30. Le conté sobre el frustrado proyecto La Hoja y comenzamos a manejar la idea de un periódico matutino; así nació Cinco Días y luego de su cierre, compartimos otra experiencia que aprecio mucho, el diario cooperativo La Hora.» 

Crónicas Migrantes de Armando Olveira